Cuentan que en cierto lugar cualquiera de cualquier tiempo vivió una mujer como cualquier otra, sencilla, amable y especialmente conocida por su generosidad. Cuentan que era tanta su calidez que contaban con ella para que todo lo que precisara ser nutrido creciera a la luz de su abrigo. Esto era lo que más feliz la hacía y todo aquello que la hiciera reír y sentirse viva. Sin embargo reconocía en ella una suerte de hueco que sabía habría de llenar aunque nada conseguía hacerlo del todo. Se probó muchos llenadores de agujeros pero ninguno le calzaba del todo porque a fin de cuentas no sabía del tamaño del mismo.
Hasta que un día aquella mujer se encontró en la dulce espera de su más preciado regalo y pasado el tiempo oportuno nació su primer hijo, fue entonces cuando sintió que ante ella se mostraba lo que de alguna manera había esperado toda su vida a pesar de saber que formaba parte de su alma. Su vida había sido hermosa y había estado llena pero supo que el trozo pequiñito por llenar ya lo había hecho nada más encontrarse con la mirada de su recién nacido.
Jamás imaginó que algo tan pequeño fuera tan, tan, tan grande
Y colorín colorando este cuento está comenzando
©Teresa Delgado
Para Aitana Oliva y Diego
había una voz(Teresa Delgado) © 2016
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