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domingo, 12 de junio de 2016

CUENTOS EN HABÍA UNA VOZ: LAS ZAPATILLAS ROJAS




Hay muchas versiones de este cuento escrito por Hans Cristian Anderson.
Contaré una de ellas aunque la original es bastante más cruel tal como corresponde a un cuento nacido en una época determinada.
El cuento dice así:
Hace mucho, mucho tiempo, vivió una niña tan pobre que ni siquiera podía comprar zapatos, y por eso andaba siempre descalza hasta que comenzó a recoger  los trapos viejos que encontraba y, con el tiempo, se cosió un par de zapatillas rojas. Aunque eran muy toscas, a ella le gustaban.
Al quedar huérfana su situación empeoró y se vio obligada a comer aquello que encontraba por el camino y en el bosque  hasta que un día, mientras bajaba por el camino con sus andrajos y sus zapatillas rojas, un carruaje dorado se detuvo a su lado. La anciana que viajaba en su interior le dijo que se la iba a llevar a su casa y la trataría como si fuera su hijita. Así pues, la niña se fue a la casa de la acaudalada anciana y allí le lavaron y peinaron el cabello. Le proporcionaron una ropa interior de purísimo color blanco, un precioso vestido de lana, unas medias blancas y unos relucientes zapatos negros. Cuando la niña preguntó por su ropa y, sobre todo, por sus zapatillas rojas, la anciana le contestó que la ropa estaba tan sucia y las zapatillas eran tan ridículas que las había arrojado al fuego donde habían ardido hasta convertirse en ceniza.
La niña se puso muy triste, pues, a pesar de la inmensa riqueza que la rodeaba, las humildes zapatillas rojas cosidas con sus propias manos le habían hecho experimentar su mayor felicidad. Ahora se veía obligada a permanecer sentada todo el rato, a caminar sin patinar y a no hablar a menos que le dirigieran la palabra, pero un secreto fuego ardía en su corazón y ella seguía echando de menos sus viejas zapatillas rojas por encima de cualquier otra cosa.
En cierta ocasión muy especial, la anciana llamó a la niña a su presencia:
- Ve y cómprate calzado adecuado para la ocasión. Y le dio el dinero
Pero Karen, aprovechando que la vieja dama no veía muy bien, compró un par de zapatos rojos de baile que siempre miraba de reojo al pasar por el escaparate del zapatero. 
Llegado el día de la celebración, todo el mundo miraba los zapatos rojos de Karen poco apropiados según todos para la ocasión.
Incluso alguien hizo notar a la anciana mujer que no estaba bien visto que una muchachita empleara ese tono en el calzado. La mujer, enfadada con Karen por haber desobedecido, le dijo
- Eso es coquetería y vanidad, Karen, y ninguna de esas cualidades te ayudará nunca.
Sin embargo, la niña aprovechaba cualquier ocasión para lucirlos. La pobre señora murió al poco tiempo y se organizó el funeral. Como había sido una persona muy buena, llegó gente de todas partes para celebrar el funeral.
Cuando Karen se vestía para acudir, vio los zapatos rojos con su charol brillando en la oscuridad. Sabía que no debía hacerlo, pero, sin pensárselo dos veces, cogió las zapatillas encantadas y metió dentro sus piececitos:
-¡Estaré mucho más elegante delante de todo el mundo!- se dijo. Al entrar en la iglesia, un viejo horrible y barbudo se dirigió a ella:
-¡Qué bonitos zapatos rojos de baile! ¿Quieres que te los limpie?- le dijo.
Karen pensó que así los zapatos brillarían más y no hizo caso de lo que la señora siempre le había recomendado sobre el recato en el vestir. El hombre miró fijamente las zapatillas, y con un susurro y un golpe en las suelas les ordenó:
-¡Ajustaos bien cuando bailéis!
Al salir de la iglesia, ¡Cuál sería la sorpresa de Karen al sentir un cosquilleo en los pies! Las zapatillas rojas se pusieron a bailar como poseídas por su propia música.
Las gentes del pueblo, extrañadas, vieron como Karen se alejaba bailando por las plazas, los prados y los pastos. Por más que lo intentara, no había forma de soltarse los zapatos: estaban soldados a sus pies, ¡y ya no había manera de saber qué era pie y qué era zapato! Pasaron los días y Karen seguía bailando y bailando.
¡Estaba tan cansada...! y nunca se había sentido tan sola y triste. Lloraba y lloraba mientras bailaba, pensando en lo tonta y vanidosa que había sido, en lo ingrata que era su actitud hacia la buena señora y la gente del pueblo que la había ayudado tanto.
- ¡No puedo más!- gimió desesperada -¡Tengo que quitarme estos zapatos aunque para ello sea necesario que me corten los pies!-
Karen se dirigió bailando hacia un pueblo cercano donde vivía un verdugo muy famoso por su pericia con el hacha. Cuando llegó, sin dejar de bailar y con lágrimas en los ojos gritó desde la puerta:
-¡Sal! ¡Sal! No puedo entrar porque estoy bailando.
-¿Es que no sabes quién soy? ¡Yo corto cabezas!, y ahora siento cómo mi hacha se estremece.- dijo el verdugo.
-¡No me cortes la cabeza -dijo Karen-, porque entonces no podré arrepentirme de mi vanidad! Pero por favor, córtame los pies con los zapatos rojos para que pueda dejar de bailar.
Pero cuando la puerta se abrió, la sorpresa de Karen fue mayúscula. El terrible verdugo no era otro que el mendigo limpiabotas que había encantado sus zapatillas rojas.
-¡Qué bonitos zapatos rojos de baile!- exclamó -¡Seguro que se ajustan muy bien al bailar!- dijo guiñando un ojo a la pobre Karen
-Déjame verlos más de cerca...-. Pero nada más tocar el mendigo los zapatos con sus dedos esqueléticos, las zapatillas rojas se detuvieron y Karen dejó de bailar.
Karen guardó en una urna de cristal sus zapatillas r0jas y no pasó un solo día en el que no agradeciera que ya no tuviera que seguir bailando dentro de ellas. 

***
Aquí acaba el cuento pero el final auténtico del mismo le pertenece  cada mujer que lo lea.
Nadie tiene derecho a quemar las zapatillas que hicimos con nuestras propias manos, ni a manipular las nuevas para que no podamos tener control sobre nuestros instintos y nuestra voluntad. Nadie tiene derecho a hacernos sentir culpables por escuchar nuestra música interior. Danzar es escuchar el alma, es darle rumbo a nuestro poder interior, es acompasarse con la vida…
Una mujer tiene derecho a elegir el color de sus zapatillas y ponérselas y quitárselas cuando precise hacerlo, tiene derecho a danzar, danzar, danzar incluso, sobretodo  descalza


había una voz(Teresa Delgado) © 2016


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